Si,
como decíamos el otro día
, la conquista del Oeste es uno de los grandes mitos estadounidenses, narrando el proceso de llevar la civilización a todos los confines del país, su otro gran mito es el gangster, cara oscura de esa civilización. El crimen organizado surge en Estados Unidos sobre todo a raíz de la ley seca y se consolida durante la gran depresión. El cine de gangsters nace más o menos a la par, con Howard Hawks haciendo
en 1932 sobre la vida del recién encarcelado Al Capone. Desde sus orígenes el cine de gangsters ha tenido vocación de alarma de la sociedad, pitando cuando las cosas no van del todo bien. En lo formal, se ha basado por lo general en los mitos de Fausto, el hombre que pacta con el diablo venderle su alma a cambio del poder terrenal, y de Macbeth, la ambición desmedida que lleva a la traición y a la muerte. Por lo general se trata de historias de ascenso y caída, con un personaje que empieza de cero, entra en el crimen organizado y asciende hasta lo más alto, donde será derribado por la ley, las bandas rivales y las luchas intestinas. También se han dado representaciones más naturalistas del crimen organizado, más alejadas de la visión mítica, en obras como
(Spike Lee, 1995) o la serie
(David Simon, 2002-2008), que se basan más en su impacto destructivo sobre los escalones más bajos y más pobres de la jerarquía de la mafia que en el ascenso y la caída de los capos.
He tenido la suerte de ver en cines la última adaptación de la novela de Alfred Döblin
. Esta vez, la acción se mueve de la república de Weimar al Berlín contemporáneo y Franz Biberkopf se convierte en Francis, inmigrante ilegal de Guinea-Bissau que, tras haber pasado por todas las dificultades del mundo para llegar a Alemania, promete que nunca más volverá a ser malo. En Berlín, sus buenas intenciones chocarán con los intereses de gente más fuerte que lo conducirán una y otra vez a la desgracia, y terminará hallando en la mafia del narcotráfico la única salida posible de la pobreza. A partir de aquí, el personaje de Francis se dividirá entre sus buenas intenciones y su promesa de nunca más hacer el mal, simbolizadas por su novia, la prostituta Mieze, y el dinero y poder que le brinda la mafia, simbolizados por su megalómano y paranoico jefe, Reinhold.
Me han llamado la atención de esta película sus paralelismos con la tradición estadounidense del cine de gangsters, siendo una película de tres horas que sigue el ascenso y caída de un personaje en el crimen organizado, comenzando por el fáustico pacto con el mafioso y terminando con la traición trágica de quien creía cercano y su encarcelación. Pero a la vez el fijarse en las similitudes hace más patentes las diferencias. A diferencia de Tony Montana en
(Brian De Palma, 1983) o Henry Hill en
(Martin Scorsese, 1990), por poner dos ejemplos conocidos, Francis se resiste a entrar en la mafia y mantiene constantes dudas de si quiere seguir permaneciendo dentro. Además, la mafia en ningún momento lo acoge como una familia, como pasa en los clásicos estadounidenses, sino que es hostil desde un primer momento, y las veces en las que muestra apariencia de familia es más por convencer al protagonista de que se quede o de que haga algo que no quiere hacer. Y es que el
de Burhan Qurbani, aunque mantiene la estructura mítica de las películas estadounidenses, en realidad tiene la vocación social de Spike Lee o David Simon. La película nos muestra la dureza de la vida de los inmigrantes ilegales en Europa, que tras dejar atrás todo y arriesgar su vida para llegar son condenados a la pobreza y la marginalidad, hacinados en barracones y explotados con salarios miserables. En una de las primeras escenas hay un accidente en la fábrica en la que trabaja Francis, y un compañero resulta gravemente herido. El jefe prohíbe a todo el mundo que llamen a una ambulancia para evitar que descubran que emplea a inmigrantes ilegales. Francis lo hará a pesar de todo, apiadado por el hombre moribundo, lo que le costará su trabajo. En este contexto, la mafia carece del más mínimo glamour (recordemos la primera frase de
: “Desde que tengo memoria siempre quise ser un gangster”). En vez de eso, se representa como una maquinaria de explotación más, que se aprovecha de la gente que no tiene otra salida para generar enormes beneficios a una pequeña cúpula. Si eso, no es más que otra versión de la fábrica de la que hablábamos antes, regida por la misma lógica perversa. Varias son las personas que intentarán sacar a Francis de ese mundo, y hacer que lo vea como lo que realmente es, pero será ya demasiado tarde, y Francis estará tan atrapado que será incapaz de ver siquiera que tiene un problema.
me parece una película relevante en los tiempos que corren. Ante tanta criminalización de los inmigrantes, la película de Qurbani señala que el verdadero problema está dentro, en el empresario que los explota para trabajar en la construcción, la cosecha o la prostitución y en la mafia que se aprovecha de que no tienen otra salida para meterlos en el crimen. Los inmigrantes ilegales se retratan como lo que son, gente que huye de guerras y pobreza extrema dejándolo todo atrás, dispuesta a aprender el idioma e integrarse. La promesa de Francis de no hacer nunca más el mal es la metáfora perfecta de esta actitud, pues la película nos muestra que si tiene que romper esa promesa es únicamente para no morirse de hambre y frío. En parte me apena que la película sea alemana y no yanqui, porque como bien dice Gubern en su historia del cine “en España ya no se ven películas alemanas y en Alemania ya no se ven películas españolas”. Mucha gente no la va a ver, y esta es una buena película de gangsters que perfectamente podría integrarse en esa gran tradición estadounidense, mientras a la vez es capaz de darle un nuevo giro que le da frescor y vigencia.