Últimamente se habla mucho de algoritmos. Que si los algoritmos rigen nuestras vidas, que si deciden lo que vemos y leemos, que si actúan como censores… Y aunque esto es en parte verdad, creo que la imagen que se tiene de la informática en el imaginario colectivo y la forma en la que se habla de ella en el debate público está adquiriendo unas tendencias muy poco sanas, y que un poco más de conocimiento no haría daño. No estoy diciendo que ahora todos tengamos que ser doctores en inteligencia artificial, pero estaría bien tener al menos una noción a nivel divulgativo de qué narices es un algoritmo, en lugar de ser un palabro mágico que se invoca para nombrar al mal. Y es que en el imaginario colectivo los algoritmos parecen dioses de Lovecraft, seres inmensos e inescrutables que con su arbitrariedad rigen nuestras vidas y aplastan a gente a su paso sin ser siquiera conscientes de su existencia. Esta noción, que desde luego puede ser atractiva para quien en un momento dado pueda verse en la kafkiana situación de luchar contra un gigante tecnológico, es en realidad victimizante y dañina para los afectados, pues aleja el foco de los verdaderos perpetradores del problema para depositar la culpa en una herramienta que no tiene consciencia ni responsabilidad. Hablando mal y pronto, estamos culpando a la pistola y no al asesino.
Un algoritmo no es más que una sucesión de pasos determinística que transforma una información en otra. Esto sorprenderá a algunos, pero todos conocemos algoritmos desde pequeños. El primer algoritmo que aprende la mayoría de niños es a sumar números de más de una cifra, de forma que sólo tienen que memorizar las sumas de números de una cifra y pueden extraer el resto a partir de esas. Otro algoritmo muy valioso que se aprende en primaria es cómo buscar en el diccionario sin tardar varios años. Ya sabéis, esto de abrirlo por la mitad, ver si os habéis pasado o quedado cortos y así ir descartando la mitad de las páginas en cada paso, en lugar de mirar todas las palabras una a una. Evidentemente, los algoritmos que emplea Google o Facebook para decidir recomendaciones, tendencias o anuncios personalizados son considerablemente más complejos que la suma de números de dos cifras o la búsqueda binaria de palabras, pero en última instancia no son más que un mapeo de los parámetros relevantes para la decisión a la elección hecha. Un algoritmo no tiene consciencia ni arbitrio, no es más que la ejecución de unos pasos determinísticos que genera un resultado, y es la herramienta principal con la que resuelve problemas la informática. Desmitificar la idea de algoritmos es importante para darse cuenta de que están en todas partes. La forma cuadrada y bonita que tiene este texto es gracias a un malvado algoritmo que calcula el tamaño que los espacios tienen que tener en cada línea para que todas tengan la misma longitud. Si esta palabra en
es más ancha que el resto es porque otro malvado algoritmo es capaz de ajustar el grosor de los glifos para hacer ese efecto. Es más, como bien dice el título del fundacional libro de informática de Niklaus Wirth
Algorithms + Data Structures = Programs
, un programa no es más que datos organizados en estructuras y algoritmos que los transforman.
Construyendo sobre esta noción del algoritmo como herramienta y no como ente pensante, la siguiente pregunta que puede hacerse es si para un problema específico el algoritmo elegido es la solución correcta, y en el caso de que no, el fallo estaría en quien haya tomado esa decisión. Esto, que se ve muy fácil en ejemplos físicos con los que nos podemos encontrar en el mundo real, parece que encuentra más problemas para ser comprendido al llevarlo a la informática. Si un edificio se cayera por unos cimientos mal colocados o por una selección incorrecta de material, nadie culparía al hormigón de haber tirado el edificio. La responsabilidad estaría evidentemente en el arquitecto que ha diseñado el edificio mal o en los albañiles que han errado al construirlo. De la misma manera, cuando las noticias de Facebook alientan la propagación de teorías de la conspiración o cuando YouTube cierra un canal o censura un vídeo injustamente, porque un algoritmo no está funcionando de la forma intencionada, la respuesta no debería ser llorar ante el fatum ni culpar a misteriosas fuerzas de la informática, sino entender que detrás de estas decisiones hay en última instancia personas que son responsables de ellas.
Los primeros responsables más obvios serían los programadores e ingenieros. Si este algoritmo no debería estar produciendo los resultados que está produciendo y sin embargo lo hace, sería razonable pensar que lo que tiene es un
, un error, un comportamiento no intencionado debido a la negligencia de quien lo ha escrito, y que puede ser arreglado. Sin embargo, con algoritmos de la complejidad de las redes neuronales, donde muchas veces ni siquiera los desarrolladores son capaces de entender lo que sucede dentro, sería posible pensar que algunos de estos problemas son sistémicos y por lo tanto no son tan fácilmente parcheables. En ese caso hay una gran responsabilidad por parte de diseñadores y del equipo de gestión del proyecto, que a pesar de saber que tienen un algoritmo defectuoso deciden construir su producto en torno a él. Si una tecnología funciona mal, hay más salidas además de parchearla o echarse las manos a la cabeza. La primera pregunta que hay que hacerse es por qué está esa tecnología ahí en primer lugar. Por qué es así como se presta tal servicio o se toma tal decisión en vez de de otra manera. Tener un software defectuoso y aún así decidir que está bien construir un producto en torno a él cuando esto va a afectar a las vidas de las personas es una decisión tomada de manera intencional y ante la cual es legítimo exigir responsabilidades.
Los algoritmos no son entes conscientes, y pensar en ellos como tal ofusca el debate y permite librarse de su responsabilidad a los verdaderos responsables. Los algoritmos son herramientas, son contingentes, y deberían ser evaluados como tal. Un algoritmo defectuoso debería ser arreglado o en caso de que no se pueda, no utilizado. Lo que debería ser criticado es la decisión de utilizar ese algoritmo defectuoso a pesar de saber que es defectuoso y de saber que esos defectos afectan negativamente a la vida de mucha gente, y ésta es la dirección en la que debería articularse la respuesta contra el uso negligente de la tecnología que están llevando a cabo los gigantes tecnológicos.