(Octavio Guerra, 2018) es un documental sobre el crítico de cine argentino Óscar Peyrou, presidente de la Asociación Española de la Prensa Cinematográfica y delegado de la FIPRESCI en Madrid. La película sigue a Peyrou a través de varios festivales y otros acontecimientos relacionados con el cine y pone especial énfasis en el peculiar modo del crítico de escribir sobre cine. Y es que Óscar Peyrou lleva veinte años sin verse las películas sobre las que habla. En vez de eso, su método se basa en analizar el cartel, el título, el reparto y el resto de información que puede obtener sin tener que verse la película, y luego escribir a ciegas. Lo cierto es que no me vi el documental. Lo dejé a los veinte minutos. Si el cantamañanas éste puede escribir sobre las películas sin verlas, yo puedo no verme la suya. De todas formas, lo que vi me bastó para ver que Peyrou es un sin fundamento que se da aires de listo con tendencia a la filosofía barata cada vez que se le presenta la oportunidad.
Él argumenta que lo que hace es una crítica a la crítica cinematográfica. Una especie de performance que expone la falsedad se sus colegas supuestamente serios. Según Peyrou la objetividad en la crítica de cine es imposible, pues siempre entra en juego la subjetividad de quien escribe. Lleva este argumento al extremo y sugiere que, si toda crítica es subjetiva, toda crítica es en realidad literatura y la suya sin haber visto la película es tan válida como la del resto. El problema es que este argumento está errado en su propio punto de partida. El objetivo de la crítica no es decretar qué películas son buenas y cuáles malas, ni hacer listas de las diez mejores películas del año. Desde luego la crítica no es en absoluto una función del conjunto de las películas al de los números reales entre el 0 y el 10, para que podamos tener un orden total de todo el cine y una forma de decidir si una película es buena o mala mirando si “aprueba”. La buena crítica da al espectador herramientas para aumentar su comprensión y disfrute de la obra y del medio, la relaciona con su contexto histórico, cultural y estético, y analiza cómo se vale de los recursos del lenguaje de su medio para alcanzar los fines que se propone. Y lo siento mucho señor Peyrou pero para hacer esto hace falta verse la peli. Con su argumento falaz, Óscar Peyrou está atacando a un hombre de paja, está reduciendo la crítica a algo que no es, para luego argumentar contra ello.
Pero el mayor problema de su postura, y lo que me lleva a escribir este texto, es su cinismo. El hecho de que ante unas tendencias en la crítica de cine que no le gustan, lo que decide hacer es apoyarse en una valla como los jubilados de
y decir que todos son unos aficionados y que él trajo la crítica cinematográfica a Euskadi. En 1963 Pauline Kael escribió el ensayo
, en el que arremete contra la teoría del autor como vara para medir todas las cosas y hace todo un manifiesto de lo que la buena crítica de arte debería ser. La diferencia es que Kael no se quedó ahí, sino que dedicó los siguientes 30 años de su vida a liderar con el ejemplo, demostrando en cada uno de sus textos que otra forma de aproximarse al arte, totalmente personal y apasionada, llena de ingenio e inteligencia y con una capacidad enorme para ubicar las obras en su contexto, podía hacerse, y siendo una influencia crucial para varias generaciones de críticos que vinieron después. En lugar de esto lo que Peyrou hace es dar la crítica por perdida y obstinarse en su ridícula performance, pasándose 20 años viviendo del cuento, viajando gratis a festivales en los que se dedica a pasear y hablar con gente para escribir textos sin ningún fundamento mientras de da aires de que él es más listo que todos porque es capaz de ver la falsedad de todo.
El cinismo es una postura intelectual muy cómoda. En palabras del director de cine Álex de la Iglesia: “Cuando dices que algo te gusta te estás desnudando porque eso que te gusta te define. Quedas retratado. En cambio, si dices que no, que algo no está bien, tu nivel de exigencia sigue siendo una incógnita.” Lo mismo sucede con Peyrou. Cuando impugna al resto de la crítica cinematográfica, sin aportar él una forma en la que ésta puede hacerse bien, se presenta como mejor y más listo que el resto, pues nada de lo que éstos hacen le vale, sin exponer nada que sea criticable, pues sus textos son evidentemente una performance y no se pueden tomar en serio. Es sin embargo una postura muy derrotista. Peyrou no critica al resto de sus colegas porque crea que la crítica pueda ser mejor, sino porque la da por perdida. No intenta construir hacia algo mejor, sino de una forma muy adolescente hacer gala de su inteligencia y su capacidad de vivir del cuento. Es muy fácil criticar a Kael y no estar de acuerdo con ella. Sucede a menudo al leerla. Pero lo es precisamente porque en cada ensayo que escribió lo dio todo, y es gracias a esto que fue tan influyente y que leerla resulta tan inspirador. Porque uno puede no estar de acuerdo con la interpretación exacta de lo que
Una mujer bajo la influencia
(John Cassavetes, 1974) quiere decir sobre la enfermedad mental, pero sí en el amor por el cine y por la buena conversación en torno a él que empapa cada frase que escribió Kael en vida. Al su lado Peyrou no llega a nota a pie de página, a pataleta infantil estirada como un chicle durante veinte años. Y es que, a la hora de la verdad, ante las cosas que no nos gustan o con las que no estamos de acuerdo, acaba siendo mejor ser más como Pauline Kael y menos como Óscar Peyrou.