Sometimes people need a little help. Sometimes people need to be forgiven and sometimes they need to go to jail. And that is a very tricky thing on my part, making that call. I mean, the law is the law and heck if I'm gonna break it. But you can forgive someone. Well, that's the tough part. What can we forgive? Tough part of the job. Tough part of walking down the street.
En una de las últimas escenas de
Magnolia
(Paul Thomas Anderson, 1999), el policía Jim Kurring reflexiona sobre qué cosas podemos perdonar. La escena viene inmediatamente después de que veamos cómo deja ir a un ladrón al que ha pillado en el acto, un pobre diablo que lo que necesitaba era alguien que lo escuchara y al que poco bien le haría ir a la cárcel. Esta escena, concretamente esta reflexión, es para mí el momento que ancla la película en torno a un tema central. Veréis,
Magnolia
es una película compleja, enorme. Cuenta en paralelo varias historias interrelacionadas con muchos personajes que participan en una o varias de estas historias. Recuerdo terminar la película y que uno de mis primeros pensamientos fuera "puedo entender que esta sea la película favorita de alguien". Es de esas películas que agradecen los revisionados ya que tiene tantas cosas que es imposible quedarse con todo la primera vez y en cada vuelta uno encuentra lecturas nuevas que sacar.
Fue en esta escena, en esta reflexión del agente de policía, cuando até cabos y me di cuenta de que el tema que une a todas las tramas de la película es el perdón y lo imperdonable.
Magnolia
es una película de personajes heridos que no quieren volver a ver a quien les hizo tanto daño y personajes arrepentidos buscando el perdón. A menudo son éstas historias de padres e hijos. No es casualidad que no una sino dos de las historias traten sobre un padre con cáncer que busca reconciliarse con su hijo o hija al que maltrató. Como es habitual en el cine de Anderson la película es de todo menos maniquea y está más llena de preguntas que de respuestas. El estilo de escritura del director californiano se caracteriza por personajes complejos y humanos llenos de contradicciones. No hay víctimas perfectas ni malos malísimos. Tampoco es una apología del perdón a pesar de todo.
Magnolia
no quiere sermonearnos sobre cuál es la verdad al respecto del abuso y el perdón. No cree tener la verdad absoluta ni lo intenta.
Una de las cosas más llamativas para mí reflexionando sobre la película ha sido el cómo muestra el abuso sucediendo a la luz del día, a la vista de todos, sin que nadie haga nada. Varias de las tramas giran en torno al concurso de preguntas
What do kids know?
donde tres niños de unos 10 o 12 años compiten contra tres adultos en un concurso de preguntas culturales. El premio es una gran suma de dinero que luego se quedan los padres porque los niños son menores de edad. Los niños que participan en este concurso están ahí obligados por sus padres y sometidos a muchísima presión para que ganen, pues los padres buscan tanto el dinero como el éxito vicario a través de los logros del niño. Este concurso tiene un gran éxito en el Los Ángeles de la película, lleva 30 años en emisión y es muy querido por el público. Todo el mundo lo ve y es visto como algo mono, los niños listos que responden preguntas que nadie sabe. Mientras tanto esos niños están ahí obligados y expuestos como espectáculos de feria a cambio de un dinero que posiblemente nunca verán. La cosa explota cuando una banalidad, que a uno de los niños no le dejen ir al baño para no parar la emisión en directo, es la gota que colma el vaso y se convierte en el detonante que hace que se niegue a participar más.
Más tarde descubriremos que el presentador del concurso, un hombre ya mayor y uno de los padres con cáncer que mencionábamos antes, lleva años sin ver a su hija porque ésta huyó de casa después de que su padre abusara sexualmente de ella. Lo interesante de estas dos tramas para mí es el paralelismo implícito que hace la película simplemente al ponerlas una junto a la otra. La de la hija abusada es inambiguamente la más cruenta, en la que el espectador claramente va a ponerse de lado de la víctima. A la vez, el programa de televisión es la más gris y uno podría imaginarse a mucha gente defendiendo el programa y diciendo que no es para tanto y que esos niños no están tan mal. Anderson hace una genialidad al hacer que el perpetrador sea el mismo. El mismo hombre que un su vida privada abusó de su hija es el que vive de un programa que lleva treinta años perpetuando el abuso de padres hacia sus hijos a cambio de dinero. Tampoco es casualidad que otra de las tramas sea la de un antiguo concursante del programa y famoso niño prodigio, ahora traumatizado y perdido en la vida después de que sus padres se quedaran con todo el dinero y su única fuente de identidad y orgullo se la llevara el tiempo sin que él supiera construirse una nueva. Si la historia del niño obligado a concursar nos muestra el abuso que sufren los concursantes durante, esta última trama nos enseña las consecuencias a futuro de esos niños rotos convertidos en adultos rotos mientras nos hace ver que el concurso lleva 30 años provocando los mismos daños.
Otra observación destacable sobre el abuso la vemos en la historia de Earl Partridge y Frank Mackey. Partridge es otro padre con cáncer que en su lecho de muerte pide a su enfermero que le ayude a localizar a su hijo con el que lleva décadas sin hablar. La razón por la que lleva décadas sin hablar con él es porque lo abandonó, a él y a la madre, cuando ésta contrajo cáncer y él no quiso quedarse a cuidarla. El hijo desarrolla a partir de este abandono un enorme odio y resentimiento hacia su padre. Me gusta esta historia porque muestra que el acto que comete el padre no es cruel. Su objetivo no es hacer daño. La decisión que toma es la más conveniente, la más cómoda, es lo que tiene que hacer para hacer el menor trabajo posible y sufrir lo mínimo posible. El daño es colateral, nos dice Anderson. El abuso es un acto de cobardía.
En
Magnolia
el abuso es banal y cotidiano. Sucede a la vista de todos, perpetrado por personas respetables con la connivencia del resto. Las víctimas sufren durante años, acumulando ira y resentimiento mientras se abandonan a comportamientos autodestructivos. Los personajes ajenos a estas dinámicas, representados sobre todo por el agente Jim Kurring, juegan un papel curioso. Por un lado son los cómplices necesarios que por omisión mantienen el sistema, por otro es su amor lo que puede sanar a los personajes heridos. Es en este dilema que la película se pregunta qué podemos perdonar.