El salvador blanco es un arquetipo muy frecuente en la narrativa occidental. El personaje blanco, frecuentemente masculino, que llega a una tierra lejana a luchar por los nativos y solucionar todos sus problemas. Los ejemplos son muchos, desde
(David Lean, 1962) uniendo a las tribus árabes para luchar contra el imperio británico, a su remake de ciencia ficción, la novela
de Frank Herbert adaptada al cine por David Lynch (1984) y Dennis Villeneuve (2021), pasando por
(James Cameron, 2009) con un militar estadounidense enseñando a luchar a los alienígenas o
Indiana Jones y el templo maldito
(Steven Spielberg, 1984), donde el famoso arqueólogo libera a una tribu del Himalaya de una malvada secta que sacrificaba humanos para su dios. También lo es
(Steven Spielberg, 1993), sobre el empresario alemán bien conectado con el gobierno nazi que usa su influencia y dinero para salvar la vida a judíos durante el Holocausto. Es un arquetipo que se repite constantemente en obras muy populares de la historia del cine y que a estas alturas tenemos ya muy interiorizado. Sin embargo, conforme se analizan estas obras desde una lente anticolonialista, el arquetipo del salvador blanco va perdiendo poco a poco su lustre.
El salvador blanco es una variante del arquetipo que Jordi Balló y Xavier Pérez llaman el "intruso benefactor" en su libro
La semilla inmortal: los argumentos universales en el cine
. Un intruso benefactor es alguien de fuera que llega a una comunidad, soluciona sus problemas y frecuentemente después se marcha. Ejemplos claros son el caballero errante europero o el pistolero del western, pero podemos encontrar ejemplos remontándonos a textos tan antiguos como el Antiguo Testamento. Moisés, el hijo del faraón que abandona a su familia para liberar a los esclavos judíos de Egipto, es otro ejemplo de intruso benefactor.
En su charla de la GDC de 2016, la escritora y diseñadora Meghna Jayanth explora entre otros este arquetipo, explicando los recursos que usaron en su videojuego,
, para subvertirlo. El juego adapta libremente la novela
La vuelta al mundo en 80 días
(Jules Verne, 1873), con el jugador controlando a un Phileas Fogg que viaja por el mundo desfaciendo entuertos. Sin embargo, el juego usa numerosos recursos para remarcar la cualidad de extranjero del protagonista y mantenerlo en un lugar incómodo. Personajes de los cuales no es posible ganarse su confianza, lugares a los que no se puede acceder o problemas que no se pueden arreglar son ejemplos mediante los cuales el juego resignifica la blancura de Phileas Fogg en el extranjero. Su diferencia no le confiere un privilegio, sino una carga, una barrera de comunicación y confianza con la gente que por su color de piel lo ve a menudo como amenaza antes que como ayuda, resultado de siglos de colonialismo.
Un ejemplo de este arquetipo subvertido en el cine lo podemos encontrar en
(Lars Von Trier, 2005), la segunda y última película de la incompleta “trilogía de América” del director danés. Grace es la hija de un gangster que descubre que hay una plantación en Alabama en la que, 70 años después de la abolición, los negros siguen siendo esclavos. Dejándose llevar por su idealismo, consigue convencer a su padre de que le preste a algunos de sus hombres para liberar a los esclavos y ayudarles a llevar la plantación en libertad. A lo largo de la película, que aunque se publicite como drama es una comedia muy negra, vemos a Grace intentar dirigir a los esclavos liberados en la gestión de la plantación, con ideas y soluciones simplistas y alguna cómica metedura de pata racista, siempre amparada por los subfusiles Thomson de los secuaces de su padre. Al final de la cinta Grace tendrá que huir de la plantación de Manderlay tras el fracaso de todos sus intentos por convertirla en una sociedad libre y próspera.
parodia y se ríe cruelmente del arquetipo del salvador blanco. El personaje de Grace está cuidadosamente construido para que se vea ridículo. A sus ideales de igualdad y justicia se contrapone el hecho de que manda respaldada por hombres de la mafia armados. Es deliberada la ironía cuando la protagonista blanca impone la libertad a los negros de la plantación a punta de pistola. El guion se encarga también de desmontar meticulosamente cada idea y proyecto bienintencionado de la protagonista, transmitiendo el mensaje de que no se puede gestionar desde el desconocimiento y las buenas intenciones. En esto es especialmente llamativo el momento en el que propone talar los árboles que rodean la plantación para conseguir madera. Árboles que, como la valla de Chesterton, están ahí con un propósito, en este caso proteger la finca de las tormentas de polvo, lo que causará que la siguiente tormenta eche a perder la mayor parte de la cosecha. El final, cuando los esclavos deciden en asamblea que prefieren volver a la esclavitud, es el último clavo en el ataúd del proyecto de Grace y un último ejemplo del humor negrísimo de la película.
Hay mucho que criticar a
. No soy muy fan de su cinismo y su nihilismo. Tampoco creo que haya envejecido bien cierto machismo en el retrato de sus personajes femeninos que se puede encontrar tanto en esta película como en
(Lars Von Trier, 2003). Pero creo que aún con todo, la película es muy hábil a la hora de parodiar el arquetipo del salvador blanco. Es difícil no salir del cine con cierta sensación de estafa, de que nos han estado mintiendo todos estos años con historias como
o
, películas que de repente se ven ridículas e inverosímiles.
, como todo buen humor negro, es capaz de usar la risa para sacar a la luz nuestros prejuicios y nuestros defectos, y consigue hacernos más conscientes de ellos.