(Sidney Lumet, 1976) narra la historia de una productora de televisión, interpretada por Faye Dunaway, que logra ascender en el mundo del audiovisual rescatando a un acabado presentador de informativos y convirtiéndolo en una especie de profeta loco. La película tiene algunos de los discursos más icónicos de la historia del cine que le valieron al actor que interpretaba al excéntrico presentador, Peter Finch, un bien merecido oscar. Es en el primero de estos discursos en el que me quiero centrar.
Esta escena está muy bien rodada, y es un ejemplo perfecto de cómo en el cine la imagen y el sonido pueden ir en direcciones opuestas. Este recurso se suele usar para decir que lo que está sucediendo en realidad es diferente de lo que se ve a simple vista, y Hitchcock era un maestro en su uso. Conviene también recordar que cuando sucede esto manda la imagen.
Fijémonos pues primero en qué son dice el sonido. Tenemos un discurso incendiario de un presentador de televisión, que canaliza la frustración de una situación social tan precaria como lo fue la crisis del petróleo del 73 en una indignación generalizada que hace que gente de todo el país salga a sus ventanas a gritar. Salvo por el detalle de que no está sonando una banda sonora, si sólo oímos esta escena no funciona de forma muy distinta a un discurso de un Mel Gibson o un Robin Williams. Es en la imagen donde está la diferencia.
Miremos ahora a la pantalla. ¿Qué vemos? A un tipo mayor, mal peinado, con un abrigo arrugado que le queda grande y la cara roja como un tomate gritando a la cámara con cara de loco. Tampoco es casual la decisión de planos y movimientos de cámara. Comenzamos viendo al presentador en la pantalla de la televisión. Corte al plató, pero la cámara empieza con un encuadre amplio, de forma que se ven las cámaras de televisión y a un par de los trabajadores del programa. Durante el discurso hay varios cortes a las reacciones de sorpresa y satisfacción de Faye Dunaway, que ha montado todo este tinglado y está encantada con cómo esta yendo. También al resto del equipo. Vemos al jefe dirigiendo a los cámaras y a estos seguir al presentador. Se nos recuerda constantemente que esto no va del presentador y su discurso, que va del programa. Por otro lado, el zoom que la cámara hace desde el plano general antes mencionado hasta un primer plano del presentador es excesivo. Se acerca demasiado. Hace demasiado patente su pelo enmarañado, sus ojeras, su cara de loco o los momentos en los que duda y hace una pausa mientras piensa como seguir, como si estuviera improvisando el discurso. Desde luego, no proyecta confianza. Además, ese largo plano del zoom termina con el presentador poniéndose en pie, de forma que la cámara queda debajo de él en un plano contrapicado, y abriendo los brazos cuan profeta loco mientras dice la famosa “I want you to get up right now, go to the window, open it, stick your head out and yell I’m as mad as hell and I’m not gonna take this anymore”.
Antes mencionábamos también la ausencia de banda sonora. Al rodar una escena de un discurso, lo más normal suele ser acompañarlo de música que provoque la misma sensación en el espectador que el discurso, de forma que el discurso y la música se retroalimenten. También esto le da una pista al espectador de qué tiene que sentir durante el discurso. Para ver el ejemplo perfecto de cómo se rueda un discurso sin matices ni ironía, sólo hay que ver
Bravehart
de Mel Gibson. La ausencia de banda sonora no es una casualidad, es una edición estética. Al carecer de banda sonora, no tenemos ese refuerzo que nos dice qué sentir durante el discurso, y esto contribuye a quitarle peso y credibilidad al discurso desde el punto de vista del espectador.
Esta escena no es un discurso incendiario contra el statu quo. No habla de la crisis, ni del crimen en las calles ni de los rusos, y tampoco quiere que nos indignemos. Poco se parece al discurso de Matt Damon en
Good Will Hunting
cuando le preguntan por qué no quiere trabajar para la NSA. Porque esta escena no va de su texto, va de su subtexto. Como dice un viejo dicho de Hollywood, recogido por McKee en
El guión
: “si la escena trata de lo que trata la escena, estamos metiendo la para hasta el fondo”. Lo que nos está mostrando es la capacidad de la televisión para recoger una indignación social generalizada que nadie ha articulado y canalizarla para su fin. Porque si nos fijamos en el discurso, del enfado de esta gente no va a salir nada que mejore sus vidas. El propio presentador dice “I don’t want you to protest. I don’t want you to riot. I don’t want you to write to your congressmen”. Lo único que va a salir de aquí es un montón de gente afirmando que el tipo este dice verdades como puños que nadie se atreve a decir y la garantía de que esa gente va a estar en sus casas pegados a la pantalla en el siguiente programa. El resultado de esta escena en la película no es una manifestación, ni la mejora de las condiciones de vida de la gente, es que el personaje de Faye Dunaway lo peta y la ascienden y su programa se vuelve lo más visto de la televisión.
Bien ahora hablemos de Maybeshewill, y de su canción
Not for want of trying
. Para contexto, Maybeshewill es un grupo británico de rock instrumental, que suele usar fragmentos de películas en sus canciones. En
Not for want of trying
ponen música a este monólogo de
Network
.
La primera diferencia no es algo que
Maybeshewill
añade sino que quita. No hay imagen. Adiós a las cámaras, a los productores y al profeta loco. Adiós a los encuadres que le quitan importancia al presentador, a los que destacan sus defectos o a los que lo hacen parecer un peón dentro de un juego más grande. Adiós a la cara de satisfacción de Faye Dunaway viendo cómo su plan va sobre ruedas. Sólo queda el discurso, lo que oímos. Como hemos analizado antes, los elementos que en la escena juegan en contra de la credibilidad y la importancia del presentador son todos visuales y, al desaparecer estos, el mismo discurso funciona de forma completamente diferente. No hay nada diciéndonos que lo que estamos escuchando está mal.
La segunda diferencia es lo que
Maybeshewill
añade. Decíamos antes que la escena no tiene banda sonora, y que esta es una decisión estética consciente para reducir la fuerza del discurso. Esta vez la tiene, y no cualquiera. La canción de rock que han compuesto para acompañar al discurso ensalza su aspecto incendiario, lo llena de energía y nos invita a todos a indignarnos, a levantarnos de nuestras sillas, ir a la ventana, abrirla, sacar la cabeza y gritar “I’m as mad as hell and I’m not gonna take this anymore!”.