No sé qué pasó con
(Pepón Montero, 2017). Es una buena película, tenía dos caras conocidas dentro del panorama de la comedia en España (Arturo Valls en el papel protagonista y Raúl Cimas de antagonista), y cuando salió leí hablar bien de ella a nada menos que José Luis Cuerda, entre otros. Y sin embargo, la película no la vio casi nadie, no recuperó en taquilla su presupuesto y suspende con un cuatro y pico tanto en IMDb como en FilmAffinity. No he vuelto a oír hablar de ella, y me parece una lástima porque
hace algo que se ve poco en el cine español, buen humor negro, de ese que mediante las hipocresías de sus personajes nos muestra miedos y actitudes nuestras que no sabíamos ni que teníamos, y que deformadas por el espejo cóncavo de Valle-Inclán nos arrancan carcajadas incómodas.
La película va de un grupo de supervivientes a un accidente que, tras pasar días encerrados en un túnel que ha colapsado, vuelven a sus vidas. La experiencia cercana a la muerte que han vivido hará que estas trece personas se replanteen su vida. Durante el accidente los supervivientes hacen piña y tras salir comienzan a quedar regularmente para compartir experiencias y darse apoyo. Lo más interesante de la película está en el personaje de Raúl Cimas, un policía con actitud de Mister Wonderful que con frases vacías de taza de desayuno intentará animar al resto a que alcancen sus sueños ahora que han visto que la vida es corta y puede acabar en cualquier momento. Esto en vez de inspirar al protagonista lo aliena todavía más, pues él creía que tenía una buena vida, que era feliz y que no necesitaba nada más, y de repente se encuentra rodeado de gente con mucho entusiasmo y grandes proyectos, que le hacen cuestionarse su concepción de la vida y la felicidad.
Pero, sobre todo, la película está llena de pequeños gags que, aunque dramáticos para los personajes, desde la distancia de la pantalla que nos permite ver las costuras de sus máscaras resultan realmente cómicos de la forma incómoda y catártica que mencionaba antes. La escena final en la que se caen todas las máscaras y cada cual queda retratado como realmente es resulta una apoteosis de este humor que haría quitarse el sombrero al mismo Todd Solondz. Y es importante aquí el nombre de Solondz porque
constantemente me recuerda a
, quizá menos bestia pero bañada en una capa de idiosincrasia española que la hace más cercana. Si como yo os reísteis a carcajadas con la primera escena de
, en la que Joy rompe con su pareja en un restaurante, haceos el favor de ver
.