Nunca he entrado a un puesto de trabajo con la confianza de saber lo que estaba haciendo. Siempre que he empezado en un nuevo sitio lo he hecho con el miedo de no tener los conocimientos necesarios para hacer el trabajo que estaba haciendo, y de alguna forma haber engañado a las personas que me estaban entrevistando para convencerles de lo contrario. Al fin y al cabo, las entrevistas de trabajo son situaciones muy regladas y con roles y expectativas muy claras, y es muy fácil trucarlas y hacer a la otra parte pensar lo que quieres que piense de ti. Lo que estoy describiendo se llama síndrome del impostor. La sensación errónea de que no tienes la capacidad para hacer el puesto de trabajo en el que te encuentras, de que has llegado ahí mediante el engaño y el miedo a ser descubierto y sufrir consecuencias por ello. Por lo general se habla mucho sobre el síndrome del impostor en el caso del primer trabajo. Es normal que uno sienta que no tiene ni idea la primera vez que pone los pies fuera de la universidad y se tiene que enfrentar a un proyecto y una situación laboral de verdad. Sin embargo, yo tenía la esperanza de que esto dejara de suceder con el tiempo. Que conforme fuera adquiriendo experiencia dejaría de sentirme así al empezar nuevos trabajos. La sorpresa que me produce que no sea así es lo que me lleva a escribir este texto.
Antes de seguir, dos cosas. Primero de todo, estamos hablando sobre ser una persona cualificada y competente en un puesto que puede hacer, y las trabas psicológicas que pueden llevar a una percepción errónea en esta situación. No estamos hablando sobre gente que realmente es hábil mintiendo y llega a puestos en los que de verdad no pueden rendir.
Segundo, estamos hablando sobre entornos de trabajo sanos donde la persona no sufre algún tipo de acoso o discriminación que puede llevar a hacerla dudar de sus habilidades. El síndrome del impostor en esas situaciones es mucho peor y mucho más complejo y se escapa al alcance de este texto.
En mi caso, creo que hay dos cosas que hacen que sienta el síndrome del impostor.
Por un lado, el estar trabajando en un campo o con una tecnología con la que no estaba familiarizado. En mi primer trabajo, en Ubisoft, el mayor miedo fue el empezar a trabajar en un motor interno de la empresa con decenas de miles de archivos de código del que no sabía nada. También el hacer juegos para consolas, cosa que tampoco había hecho nunca. En Tequila tuve que trabajar sobre Unreal Engine cuando mi experiencia con esta tecnología venía de las cuatro cositas que había hecho en una asignatura en la carrera, y sentía que competía con la expectativa de que otras personas que se integraran al puesto ya habrían trabajado antes con la herramienta y serían capaces de empezar a rendir mucho antes que yo. En Digital Legends, fue el trabajar para móvil, que tampoco había hecho nunca.
Sobre esto he descubierto, por un lado, que no existe en ningún lado la expectativa de que tengas todo el conocimiento necesario para empezar a trabajar el primer día. Las empresas tienen un proceso de incorporación en el que enseñan los conocimientos necesarios para poder hacer el trabajo. Nunca se asume conocimiento de la tecnología interna que no es pública, obviamente, se espera que uno va a necesitar tiempo para familiarizarse, y se concede ese tiempo. Incluso para tecnología que uno podría haber aprendido fuera, hay un cierto margen de carencias que uno puede tener y se dará un margen e incluso apoyo para aprender. Nunca he tenido problemas en el trabajo para dedicar tiempo a estudiar conocimientos necesarios para poder hacer el trabajo. Además, la gente al rededor suele estar dispuesta a ayudar, porque en muchos casos ellos mismos han pasado por lo mismo.
La otra fuente de miedo es el no conocer a la gente y por lo tanto no saber cuáles son sus expectativas. En todos los puestos de trabajo uno tiene unos superiores que tienen unas expectativas sobre cuánto se debería rendir. Muchas veces el síndrome del impostor viene causado porque, al desconocer estas expectativas, nos las imaginamos mucho más altas de lo que son. Esto no lleva a sentir que no estamos a la altura. Conforme vamos conociendo a la gente a nuestro alrededor nos vamos familiarizando, por un lado, con la velocidad a la que trabajan ellos, y por otro, con lo que esperan que hagamos nosotros. El conocimiento de estas expectativas y el ver que no son tan altas ayuda bastante a paliar el síndrome del impostor.
En general mi conclusión es que el síndrome del impostor dura, más o menos, dos meses. La duración puede ser distinta para distintas personas, pero la idea que intento transmitir es que se acaba. Conforme nos vamos familiarizando con el entorno de trabajo, la gente, la tecnología, los procesos... el miedo a no estar a la altura va desapareciendo porque ese miedo viene del desconocimiento. Por eso, al cambiar de trabajo ahora asumo que va a haber un periodo durante el cual me voy a sentir mal, pero al menos tengo la perspectiva para ver que es cuestión de tiempo, que se termina y que no dura mucho. Esto ayuda a no comerse la cabeza, relativizar las cosas y no sentirse peor de lo que uno debería. Es un problema al que hay que echarle paciencia y poco más.